domingo, 19 de julio de 2009

23º- Robert Louis Stevenson (1850-1894), conocido por su obra “La isla del Tesoro” cruzó todo el macizo de los Cévennes, en el sur de Francia, montado en su burra Modestine, allá por 1878. El novelista se la compró a un viejo a cambio de 65 francos y un vaso de coñac.
La burrita, al principio no quería andar y mucho menos soportar el peso de su nuevo amo pero, después de que un posadero fabricara para el escritor una vara terminada en un alfiler, la pobre Modestine no tuvo más remedio que realizar su trabajo.

En España nuestro premio Nóbel de Literatura (1956) Juan Ramón Jiménez (1881-1958), también realizó un viaje en su burrito Platero, el viaje de la vida juntos a principios del siglo pasado.. Jamás necesitó una vara terminada en punta pues lo suyo era cariño, adoración, ternura, apego y afecto mutuo…

Y así lo transmitía: “Platero es pequeño, peludo, suave; tan blando por fuera, que se diría todo de algodón, que no lleva huesos. Sólo los espejos de azabache de sus ojos son duros cual dos escarabajos de cristal negro”.
Percibo cierta disparidad con “no era mucho mayor que un perro, tenía el color de los ratones y la elegancia de un cuáquero” de Stevenson cuando retrataba a Modestine.

Parece ser que cuando finalizó el viaje y tuvo que despedirse de ella, Stevenson se conmovió dejando caer unas lágrimas por su castigada amiga, que ya comía el pan de su mano. A Platero solamente la muerte sobre una cama de paja allí en su establo pudo separarlo de su amo a quien dejó sumido en el pozo de la soledad y la tristeza.

Juan Ramón Jiménez lo enterró en Fuentepiña bajo un pino centenario. Pero el alma de Platero sigue viva porque su amo así lo ha conseguido con su obra…

Platero, tú nos ves ¿verdad?

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