El barco y sus tripulantes fueron rescatados por un buque
rompehielos estadounidense y la segunda temporada en la base tuvo que ser
suspendida. In extremis, los once ocupantes de la primera expedición fueron
evacuados en helicóptero pero los quince perros corrieron peor suerte y
tuvieron que ser abandonados en la fría Antártida. El equipo, a su llegada a
Japón, tuvo que soportar no pocas críticas por ello pero alegaron que la vuelta
a por los perros hubiera supuesto un grave y costoso peligro que no se pudo
afrontar.
Pasó otro año y la
tercera expedición volvió a la base para reemprender las actividades pausadas
forzosamente el año anterior. Cuál fue su sorpresa cuando descubrieron que no
todos los perros habían muerto. De los quince perros, siete habían muerto
atados a las cadenas que los sujetaban, pero otros ocho habían logrado
soltarse. De estos ocho, seis nunca fueron encontrados pero otros dos, Taro y
Jiro, permanecían en el lugar. Habían sobrevivido durante once meses en plena
Antártida.. Los perros habían aprendido a cazar pingüinos e incluso alguna foca
y sobrevivieron a las duras condiciones climáticas. Los dos perros se convirtieron en héroes nacionales. Taro
volvió a su ciudad de origen Sapporo, y vivió en la Universidad de Hokkaido
hasta su muerte en 1970. Jiro se quedo en la Antártida y murió por causas
naturales en 1960.
Taro y Jiro son actualmente expuestos en la Universidad de Hokkaido
y en el Museo del Parque de Ueno, Tokio.
Se pueden encontrar monumentos en recuerdo de
Taro y Jiro en distintas ciudades de Japón. El más famoso es el que se
encuentra a los pies de la Torre de Tokyo, que muestra a la manada completa y
que fue erigido en 1959 por la Sociedad Japonesa para la Prevención de la
Crueldad contra los animales.
Cuentan que también
que durante la estancia de la primera expedición, un grupo de científicos se
perdió y que Taro y Jiro fueron soltados, corrieron hasta la base y volvieron
hasta el mismo punto con ayuda, lo que salvó la vida de los expedicionarios
extraviados.