martes, 21 de octubre de 2014

Los gatos y los famosos

144.- No a cualquiera le gustan los gatos

Nietzsche y el caballo

143.- La gélida mañana del 3 de enero de 1889, Friedrich Nietzsche abandona su casa de la calle de Carlo Alberto, en Turín, para dirigirse al centro de la ciudad. Cruza la plaza del mismo nombre y se topa con un cochero que azota con el látigo a su caballo, exhausto, resignado y doblegado en el suelo. Nietzsche, hondamente dolido, herido en lo más profundo de su alma, se arroja sobre el caballo y lo abraza.
Unos dicen que le susurró palabras que solo el caballo podía oír. Otros dicen que permaneció en silencio, llorando, o quizá hablándole sin pronunciar palabra pidiéndole perdón en nombre de la humanidad,  pero todos coinciden en que fue un episodio crucial en la vida del filósofo alemán: el momento en el que perdió lo que llamamos “razón” y, de alguna forma, rompió para siempre con esa misma humanidad, que lo consideró desde entonces un perturbado. Sus últimas palabras son: “Madre, soy tonto” (“Mutter ich bin dumm”).
Permaneció junto al caballo hasta que fue detenido por desórdenes públicos.