domingo, 19 de julio de 2009

24º- El Padre Malebranche, filósofo y teólogo francés (1638- 1715) era un seguidor del filósofo, matemático y científico francés Descartes (1596-1650).
En el “Tratado del hombre”, éste expone la teoría de que los animales son maquinarias complejas en las que los elementos están relacionados por un sistema de engranajes biológicos en una cadena precisa de estímulos y respuestas.
Pues bien. Supongo que abducido por estas ideas, un día que quiso demostrarlo. Estaba Malebranche paseando por París con unos amigos, cuando una perra preñada se les acercó meneando el rabo. Malebranche la acarició e, inmediatamente después, le arreó un tremendo patadón en todo el vientre. Mientras la perra se alejaba aullando de dolor con el rabo entre las piernas, los compañeros de Malebranche manifestaron su extrañeza y horror. Malebranche les explicó que si se la toca en un lugar, se rasca; si se la silba, se acerca y si se la patea huye. Y todo lo hace mecánicamente. Y es que esa perrita era solamente una máquina. Y que hay un botón y un mecanismo para cada uno de sus actos. O sea, ¡no siente nada! ¡Ni dolor, ni pena, ni fatiga!

En conclusión, tanto para el venerable sacerdote como para Descartes, los quejidos de un animal no expresan el dolor. Son movimientos reflejos e inconscientes. No reconocen una vida psíquica en el animal.

Lamentablemente todavía quedan muchos Descartes y Malebranches que afirman que los toros no sufren en las corridas, ni los perros eternamente atados, ni los animales abandonados, desnutridos, heridos, enfermos, maltratados… solos.

Hace falta un cambio urgente de modo de pensar. Lo animales si sufren. Los que no sufren son los humanos que no se preocupan por ellos.
23º- Robert Louis Stevenson (1850-1894), conocido por su obra “La isla del Tesoro” cruzó todo el macizo de los Cévennes, en el sur de Francia, montado en su burra Modestine, allá por 1878. El novelista se la compró a un viejo a cambio de 65 francos y un vaso de coñac.
La burrita, al principio no quería andar y mucho menos soportar el peso de su nuevo amo pero, después de que un posadero fabricara para el escritor una vara terminada en un alfiler, la pobre Modestine no tuvo más remedio que realizar su trabajo.

En España nuestro premio Nóbel de Literatura (1956) Juan Ramón Jiménez (1881-1958), también realizó un viaje en su burrito Platero, el viaje de la vida juntos a principios del siglo pasado.. Jamás necesitó una vara terminada en punta pues lo suyo era cariño, adoración, ternura, apego y afecto mutuo…

Y así lo transmitía: “Platero es pequeño, peludo, suave; tan blando por fuera, que se diría todo de algodón, que no lleva huesos. Sólo los espejos de azabache de sus ojos son duros cual dos escarabajos de cristal negro”.
Percibo cierta disparidad con “no era mucho mayor que un perro, tenía el color de los ratones y la elegancia de un cuáquero” de Stevenson cuando retrataba a Modestine.

Parece ser que cuando finalizó el viaje y tuvo que despedirse de ella, Stevenson se conmovió dejando caer unas lágrimas por su castigada amiga, que ya comía el pan de su mano. A Platero solamente la muerte sobre una cama de paja allí en su establo pudo separarlo de su amo a quien dejó sumido en el pozo de la soledad y la tristeza.

Juan Ramón Jiménez lo enterró en Fuentepiña bajo un pino centenario. Pero el alma de Platero sigue viva porque su amo así lo ha conseguido con su obra…

Platero, tú nos ves ¿verdad?