martes, 31 de agosto de 2010

Duende de Palacio

73.- Hace años conocí a la vez a tres malas personas, realmente tres personas nefastas donde las haya, pero había una en particular que me llamaba la atención por ser un auténtico soplón, lameculos, enchufado y trepa. Tanto así que, en mis adentros le puse el nombre de “Duende de Palacio” por cotilla, ambicioso, intrigante y mentiroso, que reptaba cual serpiente por los pasillos, desovando sus huevos de inquina por los rincones e inoculando su veneno al incauto.
Pero existió otro “Duende de Palacio” (no peor que aquél, vamos, sería imposible). Pues haré un resumen de su historia. Se llamaba Fernando de Valenzuela, nacido en Nápoles (1636) desde donde se trasladó a Madrid, donde residía la corte de la Monarquía de los Austrias Españoles.

Entró a formar parte de ella en el año 1661, con el cargo de caballerizo (que hoy en día sería como un aparcacoches). Sin embargo, gracias a su habilidad para manipular a la gente y para cotillear, se hizo imprescindible para conocer los bulos y noticias del corazón que sucedían en la corte, motivo por el que se le llamó “el Duende de Palacio”.
Así entró en contacto con la reina Mariana de Austria, gran aficionada a la murmuración. A la muerte del rey Felipe IV, ella fue nombrada regente hasta la mayoría de edad de su hijo Carlos. Así fue como estas dos personas tan incompetentes de la corte llegaron a dirigir el país.
Valenzuela de dedicó a acumular cargos, títulos y riquezas. Y lo que son las cosas (a un buen cerdo no le falta una buena bellota) a causa de un accidente de caza, resultó levemente contusionado por el joven heredero, el cual, para compensarle, le nombró Grande de España. Pero el resto de nobles consideraron esto como una afrenta personal y comenzaron a intrigar intensamente en su contra, formando un partido opositor al amparo del bastardo real Don Juan José de Austria. Éste en el año 1677, entró en Madrid con un ejército con el que venía a poner fin al poder de Valenzuela. Este, aterrorizado y viéndose solo, huyó. Para su desgracia, fue perseguido y entregado a la “justicia” del nuevo hombre fuerte de la Corte, Don Juan José de Austria, quien le condenó al destierro a Filipinas y luego a México

Lamentablemente para él, a poco de llegar, un caballo le propinó una coz en la cabeza, lo que le ocasionó la muerte. Curioso destino el de este hombre, que comenzó su ascensión cuidando caballos y terminó su caída bajo los pies de uno de esos bellos y nobles animales.

Ojalá en la vida de esas personas también hubiera un caballo y una coz brutal, como la que me propinaron a mi, que me obligó a tragar mucho polvo...
La ventaja es que esa gente apesta la tierra por donde pasa, y cuando veo acercarse a mi alguien de los suyos, lo huelo. Y también huelo cuando alguien habló con ellos últimamente. Es un olor nauseabundo.